La afrocolombianidad y su cultura en 169 años de Libertad

Pablo Emilio Beltrán Bejarano

Hace 169 años se promulgaba la ley 21 del 21 de mayo de 1851, mediante la cual el gobierno liberal del payanés José Hilario López, proclamaba la abolición de la esclavitud general en Colombia, aunque en realidad fue de los afrodescendientes, que desde los inicios de la colonia habían sido traídos por los españoles, para el duro trabajo de las minas, de las plantaciones de caña y otras labores agrarias y domésticas, ante la disminución dramática de la población aborigen, y además porque los hombres afro eran considerados bastante fuertes y aptos en especial para las labores de las minas (llegaron a decir que un solo hombre negro hacía el trabajo de 4 indígenas).

El presbítero chocoano Sterling Londoño Palacios, publicó un magnifico escrito a propósito de la ocasión, señalando que no era mucho lo que había para celebrar, porque finalmente frente a las ideas liberales ya era más rentable liberar a los pocos esclavos que quedaban (algunos bastante ancianos) que conservarlos como fuerza de trabajo.

El Congreso de Cúcuta en 1821 había aprobado la libertad de vientres (los nacidos de esclavos serían libres al cumplir 18 años), fue la manera de Simón Bolívar para cumplir la promesa a Alejandro Petión (Presidente de Haití) quien había condicionado su ayuda a la liberación de los esclavos. En estas circunstancias ya la población esclava era minoría, muchos ancianos y enfermos, que de un momento a otro quedaron libres y en la miseria, porque el “Fondo de manumisión” establecido por el gobierno realmente no funcionó.

Después de un poco más de siglo y medio de “libertad”, buena parte de la población afrocolombiana sigue en la marginalidad, al igual que la mayoría de sus expresiones culturales, porque cuando se habla de “Cultura afrodescendiente” y en especial de su “Economía naranja”, la gran mayoría de las personas lo asocia a sus coloridas danzas (bullerengue, mapalé, contradanzas y otros aires festivos), a su música ancestral impregnada de sonido de tambores, a los alabaos de la zona pacifica, la marimba de chonta (aunque menos conocida) y la llamada música tropical.

Si bien varios artistas de la etnia afrocolombiana se han destacado desde hace bastante tiempo como cantantes, bailarines, músicos y compositores, son bastantes menos los que se han destacado en el campo de las artes escénicas, muy pocos actores afros que incluso deben combinar su profesión con el ejercicio de otros oficios como modelos, cantantes o instrumentistas para llevar una vida medianamente decorosa, ni que decir de otras artes como escultura o pintura, con la excepción de Mauricio Agualimpia y sus “mujeres caderonas”.

Otras manifestaciones culturales como la cocina son valorados más como algo artesanal, “comida vernácula” dirían los especialistas y salvo algunos como Segundo Cabezas y otros cocineros afro que empiezan a abrirse camino, esa parte de la expresión cultural de los pueblos afro está condenada al ostracismo de lo exótico, que solo se come y bebe cuando se visita esas regiones.

La industria cultural afrocolombiana ha tenido el mismo problema que la industria cultural de otros pueblos originarios o “trasplantados” de manera voluntaria o a la fuerza como ocurrió con ellos, solo unas cuantas expresiones folclóricas, vistosas y/o festivas sirven para estereotipar las expresiones culturales de toda una raza, además de la desnaturalización de otros rituales y expresiones que se utilizan para “entretener turistas” (Como ocurre también con varios rituales y ceremonias indígenas) o salir de gira con una muestra cultural.