Música, educación y Contexto

Carlos Pardo Garrido

Carlos Pardo Garrido

Maestro en música con énfasis en dirección Coral de la universidad autónoma de Bucaramanga. Especial lista en investigación aplicada a la educación. Maestrante ( creo que se dice ) en ciencias de la educación. Directo de coros. Docente de técnica vocal. Teclados y entrenamiento auditivo u solfeo

Correo: carlospardo0809@gmail.com

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Se escribe a dos, pero se toca a tres

En el año 2012, cuando trabajaba en una universidad del departamento de Sucre, mi jefe inmediato, coordinador de cultura, sabiendo que en mi época de universidad había hecho danza folclórica (como mecanismo para obtener algún estímulo económico por parte de mi universidad), me pide el favor de hacer parte como bailarín de una propuesta investigativa que sería presentada en un festival nacional de danzas llamada “el porro: de la plaza al salón”, una investigación rigurosa y muy interesante; no me pude negar. Era una puesta en escena donde, hasta el vestuario del porro ya bailado en los salones de las clases altas de Colombia era de mejor calidad. La plaza como símbolo de pueblo, de clases populares, para alegrar, para que la gente se expresara culturalmente. El salón como símbolo de clase, de prestigio, de inteligentes y artistas intelectuales. Pero en el fondo pensaba: qué necesidad tan imperante de querer pulir el folclor, de hacerlo más de clase, de refinar el arte, hacerlo más correctamente estético(?)... Quizás no lo hacemos a propósito ni conscientemente, pero parece que lo tenemos marcado en los genes como parte de nuestra educación cultural. Es cuando notamos que la música también necesitaba ser limpiada, blanqueada o purificada de sus rastros de origen indígena o negro. Y a eso se refiere precisamente de Sousa (2014) cuando habla de descolonizar el pensamiento. Nuestra historia ha sido escrita bajo los parámetros de la colonización, del pensamiento universal, del positivismo. Esta necesidad de tener una visión y razón universalmente cerrada del mundo, nos ha alienado a tal punto que necesitamos teorías únicas establecidas por algunos para entender el mundo, para hacer encajar nuestro conociendo a los estándares y acercar nuestro arte a la estética del viejo mundo (y no menciono a estados unidos ya que la academia norteamericana se basa igualmente en la música europea).

Como realicé mis estudios musicales en zona andina del país, aprendí a querer y a disfrutar la música de esta región. Toqué, canté y bailé bambucos, pasillos, torbellinos, danza andina, en fin, me alimenté de toda la cultura andina; pero con el paso de los semestres algo dentro de mí se sentía incompleto. Luego analicé y caí en la cuenta que lo único que no había hecho era música de mi región. Pero este nuevo alimento folclórico me sirvió para expandir mis gustos musicales. La primera vez que toqué un bambuco en piano, me costó algunas lágrimas. Realmente tenía en mis manos una nueva forma musical, nuevos patrones rítmicos; me dije: que interesante. Recuerdo que una compañera triplista me dijo alguna vez: el problema con algunos bambucos es que se escriben a dos y se tocan a tres, por eso los gringos y los europeos se rompen la cabeza tratando de interpretar nuestra música; con toda su cadencia y su sabor (me sentí gringo también) y lo digo por experiencia propia, esto de interpretar música folclórica de Colombia va más allá del entendimiento propia de los elementos musicales, hay que amar este folclor para entenderla.

Pero no solo el bambuco demuestra que la música folclórica plantó un problema estético y técnico en los patrones establecidos por la música occidental, es en general toda música que lleve por pronombre folclor. Es la subvaloración de la tradición oral, la indiferencia hacia el imaginario de las personas, que en último es de donde se reconstruyen las historias. Pero la teoría critica ha hecho un lado este conocimiento porque se crearon equidistantes del supuesto “territorio de inteligencia”.

Pero esta imparable lucha por defender el folclor, desde lo popular, demostrando que puede encajar en los cánones de las estructuras mismas de la música, ha permitido el nacimiento de nuevas formas de enseñar música desde los principios de lo autóctono (el folclor). Zoltan Kodaly, músico académico, musicólogo y folclorista húngaro, educado en las mejores academias de su país y en parís, dedicó gran parte de su carrera a hacer resplandecer la música folclórica de su región; a través de una investigación, recopiló una numerosa cantidad de canciones populares. Sus composiciones son ricas en formas y ritmos que vienen de estas canciones húngaras. Su mayor aporte a la educación musical es el conocido método Kodaly para la enseñanza del lenguaje musical; es un compendiando basado en la música húngara para enseñar la lectura y escritura musical (solfeo)Es uno de los referentes de estudios de etnomusicología más grande del mundo.

En américa latina podemos mencionar al muy conocido músico argentino Astor Piazzola. La música también tiene sus luchas sociales (de lado y lado). Como lo menciona de Sousa (2000), es difícil juntar dos luchas cuando ambas tiene sus propios prejuicios. Educado musicalmente en New York, es considerado uno de los músicos más influyentes del siglo XX y el máximo rescatador del tango. Cuando en los años 50´s y 60´s, los tangueros populares de argentina lo acusaron de deformar el tango en su forma original, Piazzola respondió: “es música contemporánea de buenos aires”. Este último ejemplo es clara muestra de la resistencia natural por los cambios paradigmáticos en lo cotidiano. En este caso sucedió lo contrario, los músicos populares se resistían a nuevas formas de la música; es así como el músico estaba en la mitad de la contienda de la “universalidad de la música” (regida por los patrones norteamericanos y europeos) y la indeleble lucha por la tradición argentina. Pero tanto fue el amor y el respeto por su música, que hoy en día no se puede hablar de tango si pensar en Piazzola.

Ya desde los años 80 en Colombia, una generación de investigadores nuevos, con la intención de oxigenar el ambiente del país saturado por el economicismo marxista, emprendió la tarea de redescubrir la identidad cultural y étnica como conciencia social. Pero este esfuerzo más allá de la mera investigación musical, abrió una innecesaria disputa en base a la cuestión epistemológica propia de la investigación. Este fenómeno, en gran parte, retrasó en Colombia la autonomía de la investigación musical; países como estados unidos aprovecharon la situación para abrir el campo de la investigación etnomusical en Latinoamérica a falta de herramientas objetivas y consolidadas en esta región del planeta.

“La observación sobre la desviación de una agenda efectiva de trabajo, y la respectiva crítica, fueron hechas en su momento por don Jaime Jaramillo Uribe, quien, en 1987, en una exposición oral que fue grabada y luego transcrita, presentada con ocasión de un Seminario Sobre la Cultura Popular en Boyacá, llamó la atención sobre la necesidad de evitar las “excesivas y prolijas consideraciones sobre el método” de investigación en torno del tema de las culturas populares, recomendando más bien, con espíritu pragmático de historiador, comenzar el inventario detallado y la descripción cuidadosa de por lo menos una de esas culturas, a las que tanto se exaltaba”. (Silva, Renán. 2000. Pg 2).

En Colombia durante la república liberal ciertas elites y el ministerio de educación nacional crearon una “configuración cultural” determinada como cultura popular. Hasta lo del pueblo tiene límites, patrones, reglas, normas que las escriben los que se creen dueños del conocimiento; dicho de otra forma, establecieron y definieron estatal y socialmente lo relativo a “música popular”. Como lo menciona castro-Gómez y Gosfrugel (2007), en el artículo sobre el bambuco de Carolina Santamaría, era absurdo pensar que, en el Conservatorio Nacional, el maestro Guillermo Uribe Holguín no permitiera que se tocara musca popular por su origen indígena (su modelo de educación musical francés, era igualmente estricto en ese sentido, solo se interpretaba música folclórica del país). Esta deliberada pero infundada decisión, también fue entendida como un obstáculo para el progreso de la clase obrera y popular de Colombia, que día a día luchaban por la equidad social.

Parece entonces que algunos términos definen la calidad y el valor de las cosas. Cuando escuchamos palabras como raza, etnia y folclor, son tomadas como sinónimo de primitivo, popular (como populacho), incultura. El termino etnia ha corrido con la misma suerte cargando con el mismo prejuicio que antes tenían los términos raza y racial. Pero es inconcebible separar la cultura con estos términos, así que la lucha por el valor de las tradiciones y el folclor también ha estado presente en todas estas manifestaciones sociales de las últimas décadas.

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